La sociedad calamar (I)

Los vigilantes

Los que no tienen pasaporte forman una burbuja lastre con la que el resto de la sociedad no sabe qué hacer. Las sociedades postcapitalistas sumergidas en la postverdad ya no pueden recordar los efectos de la crisis de 2007, por más que todavía nos circunden diariamente.

No es que hayamos perdido la memoria. No es que no demos importancia a lo que pasa. Si ya de por si la memoria es frágil y maleable, vivir constantemente entre mensajes de la postverdad comporta, necesariamente, que ella se mueva sobre una cinta de Möbius o viva en un medio paradoxal como los de Escher.

Calamares a la romana. Calamares en salsa. Calamares encebollados. Calamares al ajillo. Calamares a la plancha… 

A mi me gustan de todas las maneras, aunque no sé qué habrá hecho el pobre animal, pero le ha caído una buena. Y me refiero a la serie de Netflix El juego del calamar.

Tráiler oficial

¿Te has negado a verla? Tranqui, cada día vives tu día-juego-del-calamar.

Puesto que estamos ya a finales de año, mis propósitos para año nuevo no son ir al gimnasio, ir a Cancún o ir de restaurantes. No es que no me apetezcan estas mal entendidas experiencias. Es que me lo han prohibido. Este es mi calamar. 

Mi propósito para este cambio de número es escribir una serie de artículos sobre la realidad social en que vivimos en relación con la susodicha serie de Netflix.


A medida que el tiempo pasa, nuestras sociedades postcapitalistas son/están cada vez más… ¿surrealistas? ¿idiotizadas? ¿hipnotizadas? ¿en un bucle distópico?

No. No lo son. No lo están. En serio. Bueno, a ver, si queremos remitirnos a los ya amortizados 1984 de George Orwell y a Un mundo feliz de Aldous Huxley, luego es casi imposible comprender los cambios sociales —o no— que estamos viviendo. Últimamente, y para una serie de intelectuales, recurrir a estos dos autores no tan solo les es recurrente, sino que además creen que mirar series de Netflix o de cualquier otra plataforma ya es un síntoma de idiotez e hipnotismo que sufrimos los frikis serielistas.

Bueno, quizás es que recurrir a lo único que tenemos seguro, el pasado, es síntoma de bien leído e informado y da la seguridad de no equivocarnos. Tiene caché.

Tengamos en cuenta que Orwell y Huxley escribieron ciencia ficción. Hay un a priori importante desde el prisma de la literatura que debemos tener presente y es que la ciencia ficción se basa en la futuridad de los objetos presentes teniendo en cuenta su contingencia. Luego, desde una lectura de crítica literaria no podemos considerar a estos autores visionarios y, aun menos, tomar una actitud de lectura bíblica. Si lo hacemos, caemos en el fundamentalismo. Fundamentalismo en el que se deleita la literatura reciente sobre la pandemia, el covid, el recorte de libertades y un largo etcétera de estudios que tienen en común fundamentarse en otros estudios al parecer serios. Algunos de ellos vuelven a ser ciencia ficción.


Vamos a los hechos factuales. “Fact”, Perry Mason! Mientras en un territorio llamado Cataluña tenemos a un gobierno que pide a gritos la libertad de autodeterminación, este mismo gobierno capa a sus ciudadanos dicha libertad y obliga a todo quisqui a pasar por el tubo —sutilmente, claro— con la vacunación —entiéndase profilaxis— y, consiguientemente, marca a sus ciudadanos con un código QR. 

¿Incoherencia? ¿Contradicción? En absoluto. Responde a los discursos de la postverdad a los que ya nos hemos acostumbrado tanto que hemos perdido el filo de la separación entre lo verdadero y lo falso. Y ¡ojo! No estoy hablando de verdades y mentiras. Lo verdadero siempre esconde una mentira, y lo falso siempre esconde una verdad.

Aun así, ¿debemos continuar buscando la “verdad”? No lo creo.

En sociedades en donde los Z y los millenial han perdido referentes, no por defecto, sino por exceso de ellos, lo que se practica hoy en día es la navegación y el wanderlust. La lógica de estas generaciones que suben no es la lógica de los cincuentones y más viejones.  Lo socrático ya no forma parte de lo real. De ahí que algunos predilectos bien leídos digan que la gente de hoy día no piensa, no tiene criterio, está hipnotizada…

Vamos por partes. ¿Cómo podemos definir postverdad? De manera breve, la postverdad se da en enunciados en donde siempre se apela a la emoción del lector a partir de unir sintagmas que no mantienen estructuras significativas referenciales iguales en sus bases. Por ejemplo, la noticia de RAC 1 Salut pública desmenteix el fals missatge viral del doctor Malone sobre la vacunació als infants.

Aquí tenemos tres referentes: “Salut pública”, “el doctor Malone” y “els infants”. Al ponerlos al mismo nivel referencial, se pierde lo profundo y único de cada uno de ellos. En definitiva, se pierde su semiótica.

Por un lado “Salut pública” es un ente que representa el objeto de una idea de la razón que nace por necesidades histórico-políticas y que, además, no es observable: ¿quién es “Salut Pública”? ¿se puede cuantificar? ¿se puede objetivar? ¿qué personas forman este ente? “Salut Pública” es, al fin y al cabo, un universo y, en tanto que universo, es objeto de una idea y no del conocimiento.

En cambio, “el doctor Malone” es una realidad, un humano, al que puedo objetivar, al que puedo cuestionar, que es, al fin y al cabo, objeto de conocimiento.

Finalmente, “els infants” es tan idealista como “Salut Pública”. Mientras que la función de este último es dar cierta autoridad al enunciado, la que tiene “els infants” es la de apelar, junto con “desmentir” y “falso mensaje viral” a las emociones humanas: “pobres niños”, “me han mentido” y “las redes sociales son una mierda”.

Si seguimos leyendo la noticia constatamos que dicho doctor Malone, con quien podemos estar o no de acuerdo, es doctor en virología y tiene publicaciones en revistas científicas de renombre. Quien desmiente el mensaje, una señora llamada Laia Asso, resulta ser pediatra y nutrióloga y trabaja en “Salut Pública”. ¿Qué relación mantienen las vacunas con la nutrición y la pediatría?

Y así, la postverdad se nos disfraza de wanderlust: pasión por deambular, sin nada que descubrir, sino la simple comprobación de algo que ya sabíamos en anterioridad. Un empastamiento de ideas que deambulan vaciadas de significado.


En cuanto al código QR. Algunos ciudadanos lo comparan con el pasaporte sanitario nazi. Personalmente, lo veo distorsionado y excesivamente racista. Distorsionado, por ser historias que ninguno de nosotros ha vivido en su propia piel y, por lo tanto, lo hemos leído en literatura o visto en películas. Por otra parte, está la distorsión por falta de respeto a la memoria histórica de los familiares que sí tuvieron ancestros en dicha situación. Finalmente, excesivamente racista por crear un discurso falaz que nada tiene que ver con la raza, sino con la salud pública y privada. No podemos mezclar categorías. De nuevo, aquí nos encontramos con mensajes que responden a la postverdad.


En cualquier caso, llevamos varias décadas que los sujetos que formamos las sociedades estamos marcados. La única diferencia, en el caso presente, es que antes de la pandemia la marca era abstracta y subjetiva —mi vecino es/no es vegetariano, mi vecino es/no es rico, mi vecino es/no es sindicalista…—, mientras que ahora es real y objetiva. Y, si bien antes teníamos la posibilidad de eludir aquella marca cambiando de vecino, yéndonos a otra geografía, cambiándonos de chaqueta… ahora es totalmente imposible. La marca, nos guste o no, es inevitable.

Desde el punto de vista sociológico, hay corrientes que sustentan que es importante formar parte de un grupo —a esto lo llaman pertenencia que conduce a la sociabilidad—. La boutade es, sin embargo, que formes parte del grupo minoritario. Es cuando la marca deviene estigma.   


IMPORTANTE

Es importante situarnos en la elaboración del guión de El juego del calamar. Se escribió en 2011 y se quedó en un cajón hasta que Netflix decidió apostar por ella. Actualmente, es la serie más vista de Netflix en todo el mundo y forma parte del ranking de los top 10, según informa el periodista Ignacio Herruzo Martínez el día 18/10/2021 en la versión online de Diez Minutos.


Así las cosas, El juego del calamar es una serie surcoreana de nueve episodios de unos cincuenta y cinco minutos cada uno en donde unos individuos que viven al límite de sus posibilidades económicas encuentran una posible solución participando en un pseudo reality cuya finalidad es salir victorioso y ganar alrededor de treinta millones de euros. 

Pienso que la primera clave para entender el porqué de la participación de los 456 jugadores es el concepto de «vivir a crédito». En las sociedades postcapitalistas y, sobretodo, con la aparición de las tarjetas de crédito entre finales de la década de los años noventa y principios del siglo XXI, se estimula a los ciudadanos a gastar. Es decir, pasamos de la sociedad de la «libreta de ahorros», símbolo de sujetos productores, a la «sociedad de consumidores», símbolo de sujetos liberados.

De esta manera, y antes de la crisis del 2007, los jóvenes entran fácilmente en la cultura del endeudamiento y cambian sus hábitos y sus disposiciones. Sin embargo, a partir de aquel año, aquel joven sobreendeudado representa, hoy día, una persona de edad madura con un lastre y un gran problema personal y social, formando, así, una burbuja social a la que se intenta aislar.

Paralelamente, sabemos que el incumplimiento de las condiciones de devolver la deuda comporta un fuerte control social y empresarial. Sabemos, también, que estos individuos pierden todo aquello que no han poseído nunca, aunque la ilusión les hacía decir que aquello —el piso, el coche, las vacaciones…— era suyo. El fin del capitalismo se dio con la crisis del 2007, cuando el capital ya no podía jugar más con los grandes beneficios que generaba la deuda de cada ciudadano. Y la ciudadanía pagamos estos ‘errores’ del sistema capitalista. Esta es la base narrativa de la serie surcoreana.


¿Qué hacemos con estos sujetos? El juego del calamar, pues, brinda una respuesta plausible a todos aquellos que han sido víctimas del sistema y prisioneros de si mismos. Sin embargo, dicha respuesta no busca ninguna verdad, ni aun menos ninguna solución airosa, incluso para el único ganador. No busca trascender el problema. ¿Por qué? Por lo que he dicho anteriormente y, además, porque en las sociedades postcapitalistas actuales la verdad socrática no tiene ya ningún valor, ni ninguna importancia. Lo que cuenta es navegar y practicar lo wanderlust. Y esto queda bastante claro en la serie por las siguientes razones:

  • Cuando terminan el primer juego “Luz roja – Luz verde”, los jugadores chocan con la realidad: quien pierde, es ejecutado. El horror y el estupor invade a los supervivientes y deciden, democráticamente, parar su participación y volver a sus respectivas vidas reales. Sin embargo, regresan al juego porque sus vidas ya no valen nada y, por lo tanto, ante la muerte —sea física o metafórica— prefieren arriesgar sus vidas. Así, pues, si lo socrático pasa por la reflexión y el razonamiento a partir de unas bases, en este caso ético-morales, que nos conducen a una verdad filosófica: el valor de la vida por si misma; en la decisión de los participantes constatamos que dicha reflexión y razonamiento pasan, únicamente, por lo económico y por ser esclavos de si mismos. Es decir, no hay una rectificación creativa de tipo socrático, sino una navegación y wanderlust que se retroalimentan en algo característico de nuestras sociedades: lo autoreferencial y el autocumplimiento del deseo a cualquier precio.
  • El logo del juego del calamar es una copia de la obra zen del artista japonés del siglo XVIII Sengai Gibon, Cuadrado, Triángulo, Círculo, también conocida por Universo. Si bien son los mismos símbolos que encontramos en el mando de la Play Station® y que responden a la política de expansión cultural nipona “Soft Japan”, la serie surcoreana lo subvierte y el orden es círculo, triángulo, cuadrado. Esta subversión del universo de Gibon no es gratuita. Nos remite a un recuerdo todavía vivo en las sociedades de Asia Oriental (China, Corea, Japón) que en el territorio euroamericano no se conoce mucho: el buddhismo zen de la Vía Imperial. Buddhismo que sirvió de base intelectual y espiritual, sustentó y argumentó el nazismo japonés practicado durante la II GM. La sociedad, el mundo de El juego del calamar queda libre de cualquier religión, de cualquier creencia que permita trascender lo humano.
Sengai Gibon, siglo XVIII. Universo

Logo El juego del calamar
  • La cantidad de jugadores: 456. Estos tres dígitos se encuentran en la mitad de los dígitos simples. Para el 0 (cero), no podemos considerar que sea un dígito. Se inventa en India a finales del siglo VIII por necesidades matemáticas, pero no por ser una cantidad. Además, la numeración coreana sigue la cosmología numerológica china. Tanto en China como en Corea existe la tetrafobia, miedo al cuatro. Su pronunciación es similar a “muerte” y, si viajáis tanto a China como a Corea, constataréis que a muchos edificios les falta el piso 4 -lo pueden sustituir por una F de “four”-, o que aquellos objetos como matrículas, números de teléfono, días de la semana, etc., que contengan el número 4, o se evitan, o pierden valor económico. Para el 6, se pronuncia igual que la partícula verbal que significa “ya hecho, no repetible, ya vivido”. Es la marca de perfectibilidad de los verbos de raíz latina. Para el 5, tiene la pronunciación similar a la designación de algo que es fuerte, que sobrevive, que guerrea. Por lo tanto, nada más empezar la serie ya sabemos quién va a ganar. Y aquí es cuando se evidencia más lo wanderlust: no descubrimos nada, solo constatamos algo que ya conocíamos en anterioridad. El hecho de que 456 se encuentren en el medio de las series 123 y 789, es relativo a que la sociedad que conforman este grupo está en medio de dos fuerzas que podemos abstraer pero que no podemos constatar y objetivar: lo que manda un gobierno y la fuerza de la opinión pública.

Así pues, creo que El juego del calamar nos aporta muchas claves para la exégesis de la realidad actual. Que el motivo de vacunación de gran parte de los no vacunados tenga como finalidad la obtención de un pasaporte sanitario para poder viajar, ir de restaurantes o al gimnasio, es paralelo a la decisión de los jugadores de volver al juego después de haber jugado la primera partida. Que los gobiernos lancen mensajes de promesa de futuros más seguros a través del pasaporte Covid guarda su paralelismo con la subversión de la obra de Gibon. Finalmente, que parte de la sociedad, los que no tienen pasaporte, tenga que pelear entre dos fuerzas: la social y la impuesta por los gobiernos, mantiene su paralelismo en ser un grupo 456. 

Los que no tienen pasaporte forman una burbuja lastre con la que el resto de la sociedad no sabe qué hacer. Las sociedades postcapitalistas sumergidas en la postverdad ya no pueden recordar los efectos de la crisis de 2007, por más que nos circunde diariamente. No es que hayamos perdido la memoria. No es que no demos importancia a lo que pasa. Si ya de por si la memoria es frágil y maleable, vivir constantemente entre mensajes de la postverdad comporta, necesariamente, que ella se mueva sobre una cinta de Möbius o viva en un medio paradoxal como los de Escher (1898-1972). 

Animación de la paradoja de Escher

Tal como vemos en la imagen, se nos presenta como paradoja porque tenemos la creencia que todo se aguanta a partir de un único centro de gravedad. Pero si nos fijamos bien, la paradoja desaparece cuando constatamos que hay múltiples centros de gravedad permanente. Y es así como se despliega nuestra sociedad actual: dentro de una paradoja de Escher lo que nos hace ignorantes del vertiginoso panorama. ¿Hay lógica? Sí: si nos fijamos bien, los centros de gravedad mantienen una proporción ortogonal. Por cierto, los jugadores viven, físicamente, en un edificio que es una réplica de los de Escher. 

Paradoja de Escher

Si tenemos claro, pues, que nuestras sociedades se mueven y viven en la postverdad y en relación ortogonal con otros seres y objetos, tipo edificio de Escher, que lo wanderlust no permite remitirnos a la “verdad” y que los discursos del mainstream se despliegan en bandas de Möbius, tenemos la base para entender los capítulos de esta gran serie coreana en tanto que metáfora de nuestra realidad.

Dejo ya de hacer el wanderlust. Pronto volveré para analizar un poquito, capítulo a capítulo, juego a juego, mi día del calamar. Eso sí, sin buscar ninguna verdad.


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Publicat per Manuel Esteban Pagès

Polifacètic, polièdric, ambigu, inquiet, preocupat per allò que en diuen 'cultura' quan en volen dir 'negoci'. Preocupat per allò que en diuen 'societat' quan volen dir 'empresonats'.

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