El Himno Nacional. Segunda Parte: Pornografía, profanación y obscenidad.

Profanado el mundo, entramos en lo obsceno de una pornografía representativa de nuestra neurosis obsesiva que no consigue ningún fin y sustituye al placer.


El sentido estético de lo visual

No se puede escribir poesía después de Auschwitz.

Theodor Adorno

En la primera parte de nuestro artículo, nos hemos centrado en el diálogo como referente al discurso hablado y cómo el aceleracionismo regido por el cibertiempo, junto con la condición social de precariedad en el siglo XXI, lo ha trasladado al campo visual que se da en lo digital, en las pantallas de smartphones, Smart TV’s u ordenadores.  Todos ellos con dos denominadores comunes: la conectividad y la interactividad.

Esta translación apunta a que hemos perdido la habilidad de la escucha atenta en beneficio de la banalidad de la imagen multicolor de una sola dimensión.  La profundidad, los matices, la lentitud que presupone el razonamiento analítico, la imaginación… quedan permanentemente obliterados y, por lo tanto, obsoletos, al entrar en la dimensión de lo mediático-meritócrito que dictan las imágenes.  Imágenes, además, que ya no gozan ni del estatus de emblema barroco (montaje de imagen visual y signo lingüístico en donde se lee lo que significan las cosas).  Hemos abandonado totalmente la palabra para sobrevivir en lo glacial, decadente y precario de lo aplanado.  

Recordemos que, en el episodio que estamos analizando, el Reino Unido queda totalmente paralizado para que el ‘público’ pueda mirar, por televisión, cómo el Primer Ministro copula con la marrana, con el resultado de que toda la movida que se narra tiene como resultado la mejor obra de arte del siglo XXI.  Superlativo que le otorga el premio Turner gracias a la conectividad de 1.300 millones de personas en todo el mundo y su interactividad. De ello se desprende que las imágenes revelan la belleza de la verdad y forman el nuevo credo de nuestro siglo. Es gracias al acto sexual que el Primer Ministro gana tres puntos de popularidad al cabo de un año.

La cita de Theodor Adorno abre esta segunda parte donde nos planteamos el sentido estético de lo visual. La empatía ha muerto. Solo las formas abstractas son posibles en nuestro presente.

En un mundo de belleza fría

Lo bello ha anulado lo sublime.  

Lo porno ha sustituido lo erótico.  

Sublime y erótico van de la mano porque esconden un algo conmovedor al permitir pasar por los estadios de velado, desvelado, revelado y velado de nuevo.  Lo sublime es la epifanía de lo incognoscible.

Bello y pornográfico van de la mano porque son transparentes en un algo obsceno, palabra relacionada con lo augural y que denota aquello que no deberíamos mirar por ser siniestro, de mal augurio, algo terrible al que le sigue el suicidio forzoso. Suicidio intelectual. Suicidio espiritual. ¡Suicidio!  

Lo obsceno es a lo ominoso, de que hablamos en «Toda tu historia. Sin ser humano.  Sin futuro.», lo que visual es a oral.

Es así como la pornografía profana lo erótico.  De acuerdo con Agamben [2005: 97-101], la profanación es la restitución al libre uso y a la propiedad de los hombres.  Dicha ‘profanación’, que da una nueva dimensión del uso de lo profanado, se ciñe a una nueva liturgia secularizada que busca un retorno a lo sagrado. Al no alcanzarlo, lo profanado queda neutralizado, vaciado de mito y de logos, y desactiva su poder. Aun así, se remitifica a partir de un logos que solo tiene el poder de la influencia.

Si lo erótico permite la conjunción de cuerpos, un yo y tú envolvente; lo pornográfico construye la conexión de cuerpos, un yo-contigo a la deriva.  Es a partir de la pornografía que podemos conectar, interconectar y, consecuentemente, interactuar. El ciberespacio, pues, es el nuevo templo, en forma de lienzo, donde se pinta la liturgia pornográfica como credo indiscutible del cerebro social.  

«Facebook lo dicta, Twitter lo chiva, Instagram lo muestra.»

La excesiva positividad de nuestro siglo -si tú quieres, puedes- no deja espacio a negatividad alguna: si tú quieres, lo más seguro es que no puedas.  Desde este axioma, la mente europea ya no tiene en cuenta lo sublime cargado de negatividad, y se sustenta en lo bello cargado de positividad.  

Para la estética kantiana, lo sublime es aquello que agita y mueve el espíritu, causa temor, puesto que su experiencia nace de lo temible y, arraigado en la naturaleza, choca con nuestras ideas y nuestras experiencias para despertar nuestras fuerzas y reaccionar.  Es lo sublime que causa atracción, mientras que lo bello solo comporta gusto, quietud.  Navegar en el océano en medio de una tormenta es sublime porque nos jugamos la vida, mirar las olas acariciando la orilla es bello.

La complacencia de lo sublime despierta un sentimiento extático autoerótico de uno mismo, mientras que lo bello solo agrada al sujeto y es estático.  Adorno [1970: 426] señala que la vivencia de lo sublime kantiano por parte del sujeto es la “toma de consciencia de su nihilidad”. Es importante señalar que, para Kant, lo distinto a sublime es lo atroz, lo monstruoso, lo abisal [Han, 2015: 37]: las violaciones en ‘manada’ son monstruosas y atroces. La repetición, obsesiva, en el tiempo y en el espacio de ‘violaciones en manada’ nos conduce y mantiene en lo abisal. 

La mente europea ha perdido la dimensión de lo sublime porque nos lleva a cierta nihilidad y, por lo pronto, nos bipolarizamos entre lo bello y lo feo.  Entre el gustar -el like– y el no gustar –no like-.

Llegados a este punto, la pregunta clave es:

  • ¿por qué observamos atentamente y participamos interactivamente en escenas como las de la cópula entre el Primer Ministro y la marrana?

El voyeurismo mitológico

Perdido el concepto de sublime, y desde nuestro punto de vista, la escena compartida con los 1.300 millones de televidentes en el episodio “El himno nacional” se acerca a las siguientes escenas en la realidad fáctica española. Unas escenas que muestran la imposibilidad de reaccionar a partir de lo monstruoso porque vivimos permanentemente en el talud de las redes sociales. Nos convertimos en voyeurs sin posibilidad de reacción.

Situación 1
Situación 2

A nuestro modo de ver, hay un momento en la historia de occidente que marca un punto de inflexión cambiando nuestra percepción de la realidad fáctica y que se despliega en dos hechos.  Uno global, cuando la CNN retransmitía en directo la operación Tormenta del Desierto, el 17 de enero de 1991.  Por primera vez en la historia, podíamos ver, día a día, momento a momento, sentados cómodamente en el sofá de nuestra casa, con nuestro cigarrillo y nuestra cervecita, unas olivitas y tacos de queso, cómo se bombardeaba Irak.  Lo que podíamos ver los espectadores eran luces brillantes sobre un fondo verde. Las imágenes contenían algo mágico a modo de Sueño de una noche de verano, noches llenas de luciérnagas, fuegos de fin de año a mediados de enero. Un segundo hecho, este para España, se da el 28 de enero de 1993 en el directo «De Tú a Tú» de Antena 3 del caso Alcàsser. Esta emisión en directo, el mismo día en que se recuperaron los cuerpos de las chicas asesinadas, entrevistaba a los padres y obtuvo su mayor cuota de share con un 16% desde que se empezó a emitir. Las imágenes no tenían nada mágico. Mostraban la cruda realidad, sin ningún atrezzo emocional. Toda España pudimos compartir, en vivo y en directo, el profundo dolor de las familias.

¿Compartir? No. Observar y complacernos de manera pornográfica. Voyeurismo puro y duro. Mirar. No tocar. Opinar. No intromisión. Fue nuestra primera masturbación emocional. Por primera vez, los televidentes nos recreábamos en el voyeurismo pornográfico del horror. Quedamos hundidos, para siempre, en lo abisal.

Casi unos 30 años nos separan de ambas emisiones. En cuanto al programa de Antena 3, al cabo de tres meses de dicha emisión tuvieron que clausurarlo puesto que la sociedad cuestionó la ética periodística. Marcó, sin embargo, el nacimiento de la ‘tele-basura’. A pesar de ello, desde entonces y hasta ahora, imágenes horrorosas como las situaciones 1 y 2 de los twits que hemos incrustado abundan en las redes sociales y a través de las distintas cadenas de televisión. Para una generación entera de españoles, la generación Z o millenial, la violencia, el horror y lo abisal es algo natural, forma parte de su realidad desde que nacieron. Una realidad, además, que ha sido compartida en los videojuegos. 

¿Estamos inmunizados, anestesiados ante ellas? Nuestro punto de vista es que no. El quid de la cuestión reside en el reemplazo “del patrón secuencial de la escritura impresa con la configuración de imágenes“, lo que comporta que “la mente social tiende a reemplazar la crítico con una metodología de interpretación mitológica” [Berardi, 2016: 153]. Es decir, la evaluación crítica comporta lentitud. Se da cuando el receptor es capaz de analizar secuencialmente el intercambio de signos y puede discernir entre verdad y falsedad. Por el contrario, la información visual no tiene que ver con la representación, sino con un modo de emanación a velocidad supersónica de cualquier tipo de signo. Las imágenes son “aprehendidos sintéticamente como estimulación visual, más que decodificados e interpretados secuencialmente” [id., p. 154].

La aprehensión de las imágenes implica la interpretación mitológica. Una interpretación acrítica, sintética y rápida. Además, cabe señalar que en la imagen, en tanto que pasa a formar parte de nuestro imaginario, no opera el principio de contradicción y, por lo tanto, las perspectivas incompatibles pueden coexistir.

Así las cosas, las imágenes nos permiten entrar en un mundo mitológico que no comporta esfuerzo alguno para el espíritu crítico. Mundo mitológico y pornográfico que contiene el estigma de la neurosis obsesiva. Desritualizado y profanado el mundo real, ritualizamos el ciberespacio. El cerebro social, tocado por la neurosis obsesiva, se entretiene en la repetición compulsiva de un ritual que no consigue su objetivo. Un ritual es “una especie de conjuro cuyo fin es dar una coherencia al mundo del autor del rito” [Berardi, 2016: 98]. Lo pornográfico de la mitología del ciberespacio consiste en la repetición de un acto visual que no puede alcanzar su fin emocional. El ritual sustituye al placer. Un placer, a diferencia del gozo, que se queda en lo superficial del gusto de lo obsceno.

Conclusión

Hacer turismo es la profanación del peregrinaje.  La cibervelocidad es la profanación de la velocidad de la luz.  Las imágenes en las pantallas son la profanación de las miniaturas e iconografía medievales.  El ruido es la profanación de la música y del silencio. La positividad es la profanación de la negatividad. Una profanación que, en nuestra época, no permite intuir los propios límites por representar lo negativo. Perdido este límite, no somos capaces de reconocer, ni aceptar, al Otro.

Deserotizado el mundo, no nos queda más remedio que erotizar una hiperrealidad en forma de ciberespacio. Espacio que funciona en paralelo en lo plano y superficial mientras nosotros quedamos sumergidos en un talud abisal, mudos, y sin sensibilidad corporal.

Retransmitir en directo la cópula del Primer Ministro con la marrana, la guerra de Irak, el caso Alcàsser y, últimamente, las violaciones y los asesinatos, nos lleva a decir que estamos en una anomalía que no (re)presenta nada trágico, ni erótico.  Ello permite aflorar en la superficie un sistema que es el nuestro, un sistema anodino e inexplicable al que le falta la crítica de la que carecemos. Solo obscenidad a la que hemos aprendido a mantenernos en nuestra neurosis obsesiva hacia ella.

Lo precario, como medio social en el que nos encontramos actualmente, se ha extendido como un virus en muchas esferas de nuestras vidas.  Una de ellas es la de la comunicación, sea verbal, sea visual.  Actualmente, lo visual ya no puede denunciar nada.  No queda nada para denunciar.  Lo único que está haciendo actualmente la imagen visual es provocar.  Una provocación que, mientras nos hunde, aun más, en lo abisal de nuestro status, nuestro sistema aflora sin futuro alguno porque nos hemos quedado sin discurso lógico. Solo nos queda la pantomima de un discurso en forma de diálogo como el que se da entre el Primer Ministro y sus asesores.

El episodio que hemos analizado a lo largo de estos dos posts, refuerza la tesis de la legitimación del saber, que ya no recurre a la dialéctica del Espíritu sino que remite a la superficialidad del ciberespacio en una cultura regida por lo mediático-meritocrático donde los índices de share, los ‘me gusta’ y la influencia que uno puede ejercer sobre los otros son más importantes que los discursos morales y/o éticos que nos constriñen y reprimen.

Un ciberespacio que, gracias a la ilusión del progreso y la positividad, nos impide ver que hemos vuelto a un mundo feudal donde El nombre de la rosa de Umberto Eco es un 13, Rue del Percebe del mundo medieval. 


Bibliografía (los nombres de las editoriales en negrita llevan a la página web del libro).

ADORNO, Theodor W. (1970).  Teoría estética.  Madrid: Akal (2004).
AGAMBEN, Giorgio (2005).  Profanaciones.  Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
BERARDI, Franco “Bifo” (2016). Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva. Buenos Aires: Caja Negra Editora (2017).
HAN, Byung-Chul (2015).  La salvación de lo bello.  Barcelona: Herder (2018).



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Publicat per Manuel Esteban Pagès

Polifacètic, polièdric, ambigu, inquiet, preocupat per allò que en diuen 'cultura' quan en volen dir 'negoci'. Preocupat per allò que en diuen 'societat' quan volen dir 'empresonats'.

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